la FIB

Qué alegría produce cuando se acerca. Piensas en las sensaciones que te desata y una sonrisa de buenos recuerdos y expectativas se abre sobre ti. Porque tampoco importa mucho qué grupo va a tocar, sino con quién vas a ver al grupo tocar. Porque el FIB, afortunadamente, no solo está en Benicàssim, sino que es algo universal, aunque más común en algunos lugares y personas que en otros. Porque la Felicidad Interior Bruta es un derecho y un anhelo de todos… y sin embargo, qué poco se la tiene en cuenta.

La FIB se establece como algo contrapuesto a ese dios de los tiempos contemporáneos llamado PIB (Producto Interior Bruto), según el cual, un país va mejor o peor en función de cómo de grande sea su número. Sería de necios afirmar que el dinero no es necesario, tan de necios como considerar que el dinero da la felicidad. Necesitamos dinero, algo, a nivel de subsistencia para ser felices (es imposible ser feliz y hambriento a la vez) pero una vez llegado a cierto nivel de ingresos, ya son totalmente definitorios otros elementos como el amor, la motivación, la socialización o la sensibilidad para la consecución de algo tan etéreo y escurridizo como es la felicidad.

Y sin embargo, dale que dale, aquí se sigue mirando al PIB para decidir las políticas públicas y no a la FIB. Hay pequeños problemas, como que es más fácil contar dinero que contar felicidad pero habrá que ponerse, pues las prioridades están claras. Los gobiernos tienen que medir la FIB  y, a partir de ahí, articular las políticas públicas adecuadas para elevarlo porque, al contrario que el PIB, la FIB sí puede crecer indefinidamente sin riesgo ninguno para la humanidad, la paz o el medio ambiente.

Hasta ahora, con mayor o menor acierto, los gobiernos occidentales se han venido preocupando de que tengamos algún puesto de trabajo, buenas carreteras, buena salud (física), buena formación (que no siempre educación) o marcos legales que hagan justicia. Y todo eso está muy bien, pero hemos de dar un paso más, y no hay mejor oportunidad para cambiar el sistema que cuando el sistema está en crisis.

La felicidad es algo difícil de delimitar con generalizaciones, pero me arriesgo a decir que también mediante una buena EDUCACIÓN se puede mejorar nuestra felicidad. Por ejemplo, debería promoverse más nuestra creatividad en vez de nuestros conocimientos técnicos (pues los primeros, al contrario que los segundos, no están a nuestro alcance con un golpe de clic); se debería instaurar la educación emocional desde tempranas edades (hay que hablar abiertamente de la tristeza, el amor o el miedo para que podamos asumirlos y madurar con menos traumas); y habría de ocultarse en lo posible aquellas actitudes que expresan y sacan lo peor del ser humano (nunca he comprendido que el porno sea censurable en horarios de sobremesa y oír bramar Belén Esteban no).

Así que, ya sabéis, disfrutad, engrandeced, compartid, irradiad y contagiad todo lo que podáis vuestra FIB durante este verano. Y además es gratis.